domingo, 24 de febrero de 2013

Felicidad y Lenguaje.

Desde que mi hija llegó a la vida, hace ya once meses, que se han apoderado de mi dudas sobre la supervivencia de los bebés y las madres en la prehistoria. ¿Cómo supo la primera cría humana que tenía que aferrarse a la teta de su madre cavernícola para poder alimentarse? ¿Y ella, que debía protegerlo así, luego de parirlo? En lo personal, un parto en el paleolítico no habría sido el momento propicio para aprender a ser mamá. Mi era definitivamente es la de la epidural. Y para sosegar un poco estos pensamientos lo he solucionado con que se movían en manadas de hembras y que entre ellas ayudaban a la parturienta y al neonato-sapiens.
Pero aún así me invade otra interrogante más trascendental sobre los bebés y la prehistoria, y es saber qué circunstancias se dieron para que desarrollaran el lenguaje. Pues, más allá de todas las teorías sobre el origen del lenguaje; más allá de si nuestros antepasados se divertían imitando los sonidos de la naturaleza, o si eran sumamente gestuales; quiero saber por qué lo desarrollaron. Por dar un ejemplo, la criatura que tengo en casa, que no es para nada un bebé de comercial de suavizantes (más bien al contrario, mucho más cercana está de sus antepasados de las cavernas, de ahí que los piense tanto), cuando algo quiere logra expresar con un grito, una sílaba o bien estirando el cuello, que aquello debe ser suyo - y nosotros, papá y mamá, lo entendemos perfectamente, prácticamente sin palabras. De un tiempo a esta parte, ha comenzado con los gestos, que al principio se celebran con bombos y platillos, y luego pasan al repertorio de gracias del bebé, más tarde pasa a ser comunicación efectiva sin babas de los padres de por medio.
Digo con esto que un entorno feliz hace de un niño un buen comunicador. Es así en los bebés y en todas las edades. Estar feliz provoca el habla. Cuando algo nos alegra "hablamos hasta por los codos".
El desarrollo lingüístico del pequeño cavernícola debió estar también lleno de estímulos. Seguro que algo de onomatopeya hubo y también mucho de gestos para indicar tal o cual cosa. Pero dudo mucho que esto lo haya hecho por sí solo, ni menos jugando con hienas. Alguien tuvo que ponerle mucha atención y cariño. Tal como experimentan los bebés de hoy en día con el lenguaje, el bebé prehistórico fue feliz y gorgojeó, balbuceó, señaló y dijo mamá.
Por su parte, en la escuela los alumnos hablan más cuando son más libres y contentos en una clase determinada, en cambio se los observa silenciosos y somnolientos cuando se les reprime en otra. Parece una gran paradoja, pero la primera educación, la ancestral, informal y familiar, que espero en la gran mayoría de los casos forme a niños felices y habladores; es pisoteada por la escuela enemiga por antonomasia del blablá y las risitas entre los pequeños estudiantes. Me pregunto otra vez, y ahora en el presente, por qué tanta animadversión con ese lenguaje que surge del instinto del niño, de sus ganas de hablar y participar, y de demostrar que es feliz utilizando su nueva herramienta, el lenguaje?